La pelirroja es la perdición

Eran casi las diez de la noche, la noche estaba despejada y el pequeño hotel presentaba en la entrada una pequeña lámpara colgando, quedaba en toda la esquina de la manzana.

Entré, el calor era agradable, me acerqué a la recepción y le pregunté a la viejita que atendía que si tenían habitaciones disponibles, me asignó una, me dio las llaves y me dijo que quedaba en el segundo piso, sobre la recepción, cerca a la ventana.

Regresé cerca a la puerta, allí estaba aquella pelirroja, no recuerdo el nombre, porque era muy enredado, pero era un monumento de mujer, era la conglomeración de todos los atractivos en una sola mujer, le indiqué que teníamos habitación y subimos.

Al entrar vi a través de las cortinas algunas luces a lo lejos, me acerqué a las ventanas y las abrí, entró una suave brisa y lleno el recinto. A lo lejos se podían ver algunos techos de las casas de aquel pueblo en Suecia, apacible y tranquilo, algunos edificios altos, construcciones modernas y más lejos aún, se veían luces como relámpagos, sabiendo que no era tal, los relámpagos eran estallidos, bombas, cañones, misiles y cuantas armas tuvieran al alcance varios hombres de los ejércitos que peleaban y se mataban sin razón real. Pelea que duraría hasta que alguno se rindiera, acabará sin hombres o sin armas.

Me volví y con la poca luz que entraba por la ventana vi a mi deliciosa pelirroja sentada allí en la cama, y me sonreía con una mezcla interesante de picardía, inocencia e insolencia. Esta pelirroja me traía loco, de verdad, la había conocido una semana antes, luego de haber salido del hospital después del accidente.

Cuando salí del maldito hospital, luego de estar metido allí un mes, lo primero que hice fue ir a un restaurante, tenía un hambre infernal, siempre he funcionado por el estómago y el hospital me tenía acorralado, me alimentaban mal, estaba mal nutrido: poco y mal cocido, son unos asesinos; en definitiva si no te mata la guerra, te matan los hospitales.

El restaurante era amplio y limpio, y las porciones que servían eran considerables, lo cual para mi y mi tierno estómago es una bendición. Pedí algo, no recuerdo exactamente que fue, lo que si recuerdo es que mientras esperaba mi orden, entró aquella pelirroja, la deliciosa pelirroja, el monumento.

Era bajita, un metro con sesenta, de pelo rojo casi como el cobre, no tan brillante, ojos azules, labios gruesos y delgado rostro, los ojos y el pelo eran una combinación asesina, te retenían allí por horas y te mataban lentamente. De cintura pequeña y las mejores caderas de toda Suecia, aquellas eran las emperatrices de las caderas, exquisitas, amplias, bien formadas y apetitosas, al caminar el movimiento era hipnótico. Piernas atléticas, y un culo de otro mundo, ese conjunto realmente era espléndido. Piernas-caderas-culo, te mataba. Se notaba así no más que era una mujer que practicaba, o lo había hecho, algún deporte, patinaje o natación. Abdomen plano y un pecho pequeño, pero toda ella era fenomenal.

Aquel día llevaba un pantalón ajustado de color gris y un saco de lana verde que se le ajustaban muy bien al cuerpo. La estuve mirando un rato, como idiota, y como se demoraba lo que había pedido, me acerqué y empecé a hablarle, al principio me miro como si fuera un loco, luego de un rato se relajo y nos fuimos conociendo.

— Es un buen lugar, amplio. Me gusta venir aquí —dije

— Yo vengo aquí casi todas las semanas y no lo había visto antes.  —dijo mientras me miraba con desconfianza.

— La verdad me gusta venir aquí desde hoy, es un sitio agradable, aunque aún no pruebo la comida.

Mientras sonreía me alargo la mano, — Soy C....




— ¡Déjeme ver que está escribiendo!

— ¡Ahhhh! ¡Casi rompe la maldita hoja!

— ¿La guerra, Suecia? Pero si usted no ha salido de este cochino país. Deje de escribir mierda.

— Ese no es su problema, es el problema del que lea el cuento.

— Pero esto parece caca.

— No lo sé, pero me está saliendo bien, fíjese en el sentimiento de seguridad del pequeño hotel, en Suecia, muy tranquilo y todo.

— ¡Qué va! es mierda.

— Como sea, no es su problema, casi rompe la hoja. Y con lo difícil que es encontrar una puta idea para escribir en estos días y usted viene y me quita la hoja así no más. Si me daña el cuento o rompe la hoja yo le rompo la cara a golpes.

— Jajajaja, siga escribiendo su mierdecita.

— Es una obra maestra, este cuento será fabuloso, excelente.

— ¡Qué va! Son puras sandeces. Hoy no hay guerra, dígame ¿cómo sería su guerra?

— Una guerra más avanzada, una guerra con misiles y armas térmicas y nucleares y montones de aviones y robots.

— Bueno, ¿Y cuál sería su accidente? ¿Perdió una pierna, un brazo, los cojones? jajaja

— No, es un accidente muy sencillo.

— ¿Cómo cuál? 

— Me estalló cerca una bomba química que liberaba un fuerte gas, y yo inhale una buena cantidad, pero quedé vivo.

— Que accidente tan idiota.

— Pero funcionó, me llevaron al hospital y allí creyeron que perdí la razón y me indemnizaban y me sacaban a patadas a la calle, eso y que los pulmones no quedaron del todo bien.
 
— Como muy tonto el cuentito.

— No, usted no entiende de literatura. Además está la pelirroja.

— ¡Pufffff!, jajaja. 

— Esa pelirroja de verdad me traía loco, el cuento va sobre ella principalmente.

— Le digo que es muy mugre el cuento.

— Mejor cállese, ya veré si corrijo o cambio algo.

— Cambie todo.

— No, la pelirroja es fundamental, es más, me largo a otro lado a terminarlo, porque ya se me va a romper el pantalón, estoy excitado de pensar en la maldita pelirroja del culo perfecto y de los ojos mágicos. Hasta luego.

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