Donde se acaban las palabras


Allí todos debían cuidar lo que decían, porque las palabras podía acabarse. Allí, en aquella ciudad, las palabras eran limitadas.

Todos lo que se decía reducía el inventario de palabras, cada adjetivo, cada defecto, cada grito de júbilo o improperio debía ser pensado, ¿era preciso o indispensable decirlo? ¿necesitaría alguna de las palabras que quiero decir en el futuro? ¿podría gastar esas palabras ahora o mejor las reservo para dicho futuro? Cada frase dicha reducía la posibilidad de comunicarse en el futuro.

Derrochar palabras hablando era un lujo que esta ciudad no tenía.

Los habitantes allí vivían casi en silencio, expresando lo justo y en muchos casos a través de gestos. Porque las palabras allí eran un bien común, no se podían despilfarrar por nadie en particular.

Allí cada palabra de felicitación, admiración o afecto era muy bien meditada antes de ser dicha, porque luego de eso, no podía volver a ser enunciada.

Así que cada cosa que se decía era honesta y llena de todo el sentimiento y significado que pudiese tener.

Allí, las palabras eran el bien más preciado que se tenía y eran más costosas que el oro o la plata.

Allí, las palabras tenían vida en si mismas y al ser dichas morían en los oídos de quienes las escuchaban, ya sólo vivirían en los recuerdos de esas personas.

La ciudad desapareció inundada de un silencio espantoso, cuando se acabaron las palabras, los gestos no alcanzaron, los habitantes obligados a permanecer mudos, fueron muriendo de física tristeza sin poder expresar nada.

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