De mujeres, cerveza, licores y otros autores.

Tres horas y cinco cervezas.

Era el tiempo y las cervezas que llevaba ya consumidas. Bueno, llevaba tres horas completas y diecisiete minutos de la cuarta hora, cinco cervezas completas y un tercio de la sexta.

Era una tienda de barrio, de esas donde abunda la cerveza, el licor, la sinceridad y donde hace falta prudencia y más dinero para seguir bebiendo. Estaba casi sola, habían cerca de 20 mesas, casi todas iguales, cuadradas y naranjas, con cuatro sillas plásticas para la gente que llegaba; apenas estábamos cinco personas en el sitio, el tendero en la barra, en una mesa tres amigos ya borrachos riendo y hablando en otra lengua y yo.

Yo estaba en una de las mesas más alejadas de la entrada, a la izquierda la barra, desde donde repartían y suministraban alcohol a los distinguidos clientes. Casi cuatro horas antes había llegado, pedí una cerveza para intentar calmar la sed y la incertidumbre, intento inútil.

La sed se calmó, pero la incertidumbre no. Soy un tipo raro, algunas veces soporto bien el alcohol, otras veces no; a veces soy como un objeto inanimado, bebo y bebo y sigo casi intacto, 10, 12, 15 cervezas y sigo coherente. A veces con la tercera cerveza la cabeza me da vueltas. Esta vez, a la mitad de la cuarta cerveza yo empezaba a creerme el sol: el mundo estaba empezando a dar vueltas alrededor mio.

Y me estaba quedando dormido.

—¿Puedo sentarme en esta mesa?

Levanté la mirada y lo reconocí de inmediato.

—Es usted Ernest Hemingway, ¿verdad?

—Si, soy yo, ¿puedo sentarme?

—Pues, hay muchas otras mesas solas, pero si quiere, siéntese.

—Bien, el hecho es que hoy tengo ganas de hablar, pero el tendero no habla nada, nunca habla, y los tres tipos de la otra mesa ya están borrachos, no pueden unir dos sílabas. Pensé que tal vez usted pueda conversar.

—Tal vez, un poco. ¿Que hace aquí señor Hemingway? Es decir, usted ya está muerto, no entiendo.

—Jajaja. No, no estoy muerto, y hay un tipo que dice que es buen escritor y dijo que si yo podía ayudarle, leyendo lo que escribe, dijo que llegaría aquí, espero que cumpla, si no, estaría haciendo el ridículo.

—Es bueno conocerlo Ernest, ¿puedo llamarlo así o prefiere señor Hemingway o papá Hem?

—No me importa como me llame, desde que no me moleste; igual a usted no lo conozco.

—Soy Ricardo, un placer conocerlo Ernest.

—Gracias Ricardo, ¿y a qué se dedica?

—A decir verdad, yo...

No pude terminar de hablar, había llegado el otro tipo y nos sorprendió a ambos con su voz medio ebria y medio risueña.

—¡Ah, aquí estás! Maldito viejo ebrio y gruñón. Gracias por haber venido papá Hem.

—¿Es usted el señor Bukowski?

—Si, soy yo, Charles Bukowski, el mejor escritor después de usted, actualmente soy mejor que usted, pero casi nadie me conoce.  Bukowski o Hank o Chinaski, así me conocen.

—Bien, siéntese, bueno, si al señor Ricardo no le molesta.

—No, no me molesta, pueden sentarse, ya me voy de esta mesa.

—No, no se vaya, Bukowski, usted y yo podemos conversar y tomar algo, ¿que bebe usted Ricardo?

—Hoy sólo bebo cerveza, cerveza Costeña fabricada por la empresa más querida por la gente de este país.

—Yo beberé whisky ¿y usted Bukowski?

—Yo quiero algo que sea barato y embriague rápido, aguardiente.
  
—Listo señores, ya traigo las bebidas.

Me pare y fui hasta la barra, a pedir más cerveza, aguardiente y whisky. Mientras tanto ellos se acomodaban en mi mesa y empezaban a hablar. Cuando regresé ya estaban hablando de otra cosa, ya no era literatura.

—Mire Bukowski, el whisky, el vino, ginebra y vodka son bebidas de caballeros, de verdaderos hombres lo demás es de cobardes.

—Jajaja, no sabes nada viejo maldito, todo eso embriaga rápido, y para mi mejor, entre más rápido tenga alcohol en la sangre, más rápido puedo empezar a pensar o a escribir ¿que cree usted Ricardo?

—A mi me da igual, yo sólo tenía algo de sed y por eso tomo cerveza.

—Una visión muy practica de la situación.

—Yo diría que es una visión de mierda, tomar por tomar, ustedes no saben nada, ¿para que toma usted papá Hem o usted Ricardo?

—Yo por sed. 

—Para aliviar cierta presión Bukowski, para mantener la elegancia, la cordura, para no llegar a ser un cobarde; pero creo que usted no sabe de eso Bukowski. Y usted señor Ricardo, es usted muy joven para entenderme.

—No sé Ernest, yo tomo por sed.

—Jajajaja, este maldito y la sed, a la sed no se la puede follar. Y si sé que es elegancia y valentía viejo.

—Creo que no.

—Si, a decir verdad la elegancia es una cosa innecesaria, yo no la quiero, es un estorbo, y la valentía esta sobrevalorada.

—Se equivoca Bukowski, son cosas fundamentales. Se necesita de ambas para ganarse la vida o el alma de una mujer.

—¿Y yo para qué quiero el alma de alguna de ellas? yo sólo quiero poder follar con todas ellas cuando yo quiera, y a veces cuando ellas quieran.

—Lo dicho, usted carece de elegancia ¿no cree señor Ricardo?

—Yo creo para ganarse a una mujer se necesitan más cosas.

Es cierto, pero la elegancia y la valentía se necesitan, las mujeres aman la elegancia, y aborrecen a los cobardes.

—Jajajajaja, usted es un viejo que habla mucha mierda Hem, yo he tenido muchas mujeres, y para ninguna de ellas he necesitado de lo que usted dice. He follado mucho y disfrutado mucho, ya casi conozco todos los coños del mundo.

—¿Y cuándo follaba con alguna de ellas, alguna vez, sintió que el mundo alrededor temblaba?

—No, yo sólo quería follar y estar dentro de ellas, yo era feliz con eso. El mundo que temblaba y las mariposas y el arco iris es pura poesía, eso si es cobardía ¿usted que opina Ricardo?

—Yo no entiendo a las mujeres, son la especie más rara del mundo. A veces, cuando me fijo en ellas, el mundo alrededor pasa por alto, lo omito, así que no sabría decir si tiembla o no.
  
—Jajajaja, ve Hemingway, este sigue siendo practico, nada más, no hay valentía o elegancia, solo quiere follar también.

—No, es práctico, pero es elegante, aunque no hay valentía, es cierto.

—Sabe papá Hem, por eso es que yo soy mejor escritor, porque usted es un viejo hijueputa que no admite que quiere follar igual que todos y quiere aparentar ser romántico y valiente, ¿de qué nos sirve la valentía si al final todos morimos? al final somos mierda entre un cajón con no sé cuántos kilos de tierra encima. La valentía no nos va a salvar de la muerte.

No, pero moriremos con dignidad, con nuestros principios intactos, recuerde que pueden vencernos, pero nunca destruirnos. La valentía nos da dominio sobre el miedo como en la guerra, o en la vida, o en el boxeo.

—Jajajaja, viejo asqueroso, eso son patrañas, para la guerra o la vida o para el boxeo sólo necesito mis puños y algo de licor, éste aguardiente está bien ¿no es cierto Ricardo?

—Yo tenía sed, ya se me ha quitado. A las mujeres no las entiendo, y si no entiendo algo, pues que no me estorbe. Y pues la valentía no sé para que sirve, para pelear no se necesita mucho cerebro, pero sobra el alcohol. Voy por más.

Me levanté y fui por más whisky, más aguardiente y otras dos cervezas, cuando regrese, seguían discutiendo.

— Fíjese viejo, todo eso son estupideces, he tenido más mujeres y más alcohol que usted, y no he necesitado de la valentía o de la elegancia, eso sobra.

—Ya, cállese Bukowski, o lo hago callar a puñetazos.

—Jajajaja ¿Ha escuchado usted Ricardo? El viejo pretende callarme a golpes. Jajaja.

Hemingway se paro y le lanzó un derechazo tan fuerte que Bukowski cayó tres metros atrás y le partió una pata a una de las sillas. Se enderezó y con un risita pintada de rojo en el lado izquierdo de la cara miro a Hemingway y se le abalanzó encima. Yo estaba sentado bebiendo otra cerveza, cuando ambos cayeron sobre la mesa. Ruido, botellas rotas, improperios y líquido volaban por todas partes. Yo caí hacía atrás contra la pared, no pude apoyarme en el suelo, las manos me patinaron sobre la cerveza, el whisky y el aguardiente derramado.

Cuando desperté, estaba sentado en la silla, el tendero estaba recogiendo restos de vidrios y limpiando el piso, a veces me miraba con desprecio y casi con miedo, los tres tipos de la otra mesa seguían borrachos, reían y de vez en cuando me miraban con desconfianza.


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