Sin Título - Tercera Parte

El sol era inclemente a pesar de que la tarde iba agonizando, el iba distraído, los audífonos con el máximo volumen mientras escuchaba I'll Play The Blues For You, una de sus canciones favoritas en la voz del gran Albert King, iba concentrado, mirando el piso con los ojos apretados debido al sol.

Casi choca con ella, mientras su voz espectacular y su presencia radiante lo sacaban de ese abismo en el que le gustaba sumergirse y permanecer horas, fue como nacer de nuevo.

Para él un ángel acabada de hablarle y de esta forma rescatarlo del abismo de distracción en el que se encontraba; su voz era temblorosa y casi infantil, estaba nervioso como un niño ante lo desconocido.



- Hola ¿cómo vas?

- B.. ien, bien ¿cómo estás tu?

- Feliz tranquila, hace mucho tiempo no te veía, no sabía nada de ti, ¿qué andas haciendo?

- No mucho; es decir, no muy diferente a lo que estaba haciendo la última ocasión; estudiando, trabajando, viviendo, tratando de aprender y de encontrar felicidad en cada instante.
Tu estás radiante, te veo espléndida.

- ¡Si, es cierto, estoy muy feliz! todo marcha muy bien en mi vida en estos momentos, un buen trabajo, bien de salud, viviendo con el hombre que amo, en fin, me va bien ahora.

- Bueno, eso ya me hace un poco más feliz.

-¿Por qué lo dices?

- No, mejor olvida eso que dije.

- No, cuéntame, tengo algún tiempo ahora.



Él accedió, luego de pensarlo unos instantes; iba a quitarse un peso de encima, pero también con eso iba a matar muchos fantasmas, enterrar millones de sueños y quedar muy vacío, como hacía mucho tiempo no lo estaba, mientras guardaba los audífonos y le preguntaba a donde quería ir, la cabeza era la mezcla más extraña de ideas que jamás hubiera visto.

Mientras llegaban a la cafetería cercana donde habían acordado ir, las palabras fueron pocas, unos cuantos monosílabos y poco más.

Mientras bebían las respectivas tazas de café que habían pedido, él iba contando y recordando juntos como se habían conocido, como habían transcurrido las cosas. A él le costaba mucho decirle aquello que quería decirle, aquello que en la calle no quiso decir y que quería tragárselo él solo; como muchas otras sensaciones, rencores y sentimientos a lo cuales ya se había acostumbrado a vivirlos sólo, a sufrirlos o disfrutarlos él sólo.


...

- ... en fin, el hecho es que me gustabas, siempre me has gustado, y me seguirás gustando, no se por cuanto tiempo o si será mientras viva, pero eso es lo que me pasa.

No sólo me gustas, para ti quisiera construir un imperio, poner el mundo a tus píes, no se definir lo que es el amor, pero diría que te amo, que te he amado desde hace mucho, que te amo y que tal vez te amaré hasta cuando terminé este viaje llamado vida.

Y como creo que el amor es felicidad, eso es lo que siempre he deseado para ti, que seas feliz, aunque no sea conmigo; eso es el amor, la felicidad de otro tal cual es, tal cual la quiere, tal cual ama el otro. Eso es lo que quiero para ti.


Ella guardo largo silencio, miraba la cabeza que miraba concentrada la taza de café  de él.


- ¿Y por que hasta ahora? ¿por qué nunca me dijiste esto antes?

- No se, nunca quise molestarte, veía que eras feliz, que eres feliz sin mi, entonces para que interrumpir tu felicidad por la mía.

- Debiste decírmelo desde la primera vez que sentiste esto.

- No, ¿para qué? para que dudarás de tus sentimientos, para que tu felicidad tuviera un poco de angustia por mi culpa; no, mejor no, mejor así, tu has estado feliz y tranquila sin saber esto, hasta ahora.

- Por eso mismo, hasta ahora; no se que decirte, estoy confundida, me siento halagada, feliz por eso, pero también un poco triste por lo que tu sientes y deseas.
Perdóname.

- Por eso mismo nunca quise decirte, y por eso mismo no quería contártelo hoy. Al fin y al cabo no es culpa tuya, tu nunca me obligaste a nada, nada de esto es tu culpa, sólo mía, no te preocupes.



Ambos guardaron silencio un buen tiempo, afuera el sol se había rendido y las primeras bombillas empezaban a iluminar artificialmente las calles atestadas de gente.

Él apuro su taza de café, no quería conversar más, para él todo acababa allí, ya había terminado, ya no tenía más que decir, no tenía más en su alma para desnudar.

Terminó su taza de café y la miro a ella, con su hermoso rostro mirando a través de la ventana como buscando en la caras de las personas una respuesta o una explicación a todo lo anterior.

Su mirada era bella, como la recordaba, profunda, dulce y hechicera, ahora estaba absorta y más bella mientras seguía pensando.

Él quería ver una última vez esos ojos directamente, quería que le atravesaran por última vez el alma antes de acabar todo esto.

Rompió el silencio bruscamente mientras ella le miraba directo a los ojos y sentía el mismo temblor en la voz y el pulso acelerado como en la primera ocasión que la había visto.



- Sabes, me queda algo bueno de esto.
Quedo limpio, ya no tengo nada que ocultarte, ya no tengo nada más que soñar, quedo un poco vacío, es cierto, pero más tranquilo; por eso he decidido contarte todo; no te preocupes, ya se me pasará. Tu eres feliz y yo tengo que seguir aprendiendo, esto es la vida.


Hablaba rápido pero claramente, con una pequeña sonrisa melancólica en su cara, la miraba a sus bellos ojos casi suplicando que el momento fuera eterno y pudiera sumergirse en ellos para siempre.


-...cada instante que compartí contigo lo disfrute muchísimo, fui muy feliz, ahora soy feliz, en este momento soy feliz por todo esto y te agradezco por todo, por todo.
Sigue adelante, siempre voy a desear lo mejor para ti, la mayor paz y la mejor felicidad para ti, cuídate mucho y que vivas siempre.




Su respiración se había hecho difícil, sentía el estómago como un piedra y la garganta cerrada, sus ojos a punto de estallar en lágrimas, no quería que ella lo viera llorar ahora.

Se acerco a ella, busco su blanca mejilla y le dio el último beso mientras observaba como los ojos de ella estaban anegados y a punto de romper en llanto, ella estaba muda, su taza de café estaba por la mitad y fría, sólo miraba a otro lado como no queriendo sentir.

La tenue luz del lugar iluminaba el bello rostro de la mujer que parecía una hermosa estatua, quieta y casi sin respirar.

Él abandono el sitio tan rápido como le dieron sus temblorosas piernas, sin volver la vista atrás, estaba apunto de llorar, pero quería hacerlo muy lejos de allí, sin que ella ni nadie lo viera.

Afuera la noche era calurosa, clara y llena de estrellas, hacía un buen tiempo que él no tenía una noche así, a pesar de todo, se sentía feliz, la noche le puso feliz.









Hasta la próxima.

 





Comentarios

Entradas populares