¡Toc Toc Toc!

— Mira, me gustas como un carajo, mucho, muchísimo, pero no puedo estar contigo. Mejor dicho, no puedes y no debes estar conmigo, yo no soy bueno para ti.

— ¿Y por qué lo dices? ¿Por qué no podemos estar juntos?


El silencio fue largo, él seguía sentado en la misma butaquita desvencijada vieja y hasta fea, pero el la quería; a veces se apegaba a objetos tontos, viejos y dañados, como si fueran un ancla con su pasado o sus convicciones, por eso aún mantenía aquella butaca. Miraba el piso, hacía falta barrerlo, estaba lleno de polvo; miraba el piso y sus zapatos y algunas motas de polvo aquí y allá.

Ella estaba de pie, le miraba, desde arriba, como una diosa que mira a una criatura pequeña e indefensa; ella estaba limpia, bella y elegante, era una luz resplandeciente en aquel triste lugar; era bella e inteligente y a él le conocía hacía poco tiempo y le apreciaba, pero aún no lo entendía y le daba rabia no entenderlo.

El lugar estaba desordenado y lleno de polvo, como si hubiera estado abandonado, no estaba sucio, sólo con una capa de polvo que hacía que todo luciera gris y lleno de melancolía, las cortinas estaban a medio cerrar, así que la poca luz que trataba de llenar el lugar le daba a la escena un apariencia de foto en sepia.

Ella esperaba que él respondiera, él miraba el piso buscando una respuesta como quien en un río lleno de piedrecitas busca una moneda. Al fin habló.

— Porque yo estoy vaciado, no tengo nada, no puedo ofrecerte nada, y a veces no quiero ofrecerte nada, ni a ti ni a nadie, quiero guardarme todo. Y eso esta mal, soy un maldito egoísta, eso es lo peor, a veces sólo quiero estar aquí sentado, a veces leyendo o viendo alguna película y a veces prefiero hacerlo solo sin nadie más, así me evito darle un trozo de mi a otros y evito sufrir. Por eso.

— ¿Y quién te dijo que yo te haría sufrir?

— No, nadie me ha dicho eso. Es sólo que prefiero no arriesgarme con eso, soy un hijueputa cobarde, a veces estoy cagado del miedo para compartir con otras personas, sin tener seguridad de nada, por eso no puedes estar conmigo, no es bueno para ti; porque puedo lastimarte, puedo causarte daño sin intención, y no daño físico, sino daño en el alma, de esas heridas que cuesta reparar.

— ¿Pero y si lo intentamos? Todo puede funcionar.

— No, es mejor que no, porque en algún momento puedo herirte y no quiero eso. Yo puedo ser tan caradura que puedo seguir con mi vida sonriendo y tranquilo, así nos hayamos lastimado, pero lo olvidaré en algún momento o haré de cuenta que todo irá bien, así sea mentira, o puede que realmente todo me valga un comino y no haya significado nada a pesar de haberte hecho daño, ves, no quiero eso.

Además, te mereces alguien mejor, alguien con más aspiraciones, tu quieres hacer más cosas, tener más y mejores cosas, viajar, conocer, aprender de otras formas, de otros sitios y a lo mejor yo no quiero eso, yo no quiero que te sientas amarrada o cohibida por eso, no quiero truncar tu libertad si estás a mi lado.

A veces yo sólo quiero estar aquí en esta lugar, leyendo, con la música, el cine o con algo de ciencia o de filosofía, a veces algo de fútbol y listo, y tal vez tu quieres comerte el mundo, salir allá afuera y recorrerlo y sentirlo, y la mayoría del tiempo yo no quiero eso.

Lo mejor es que te vayas.


El se puso de pie y la miro a los ojos, frío e indiferente como si viera a través de ella, como si estuviera viendo una pintura; ella le observo fijamente y sus ojos se anegaron, quería hablar, tenía un torrente de palabras y cosas en la garganta. Pero no salían, sobre todo por la manera tajante en que él le pidió que se fuera. Sentía que había mucho que decir, mucho que hacer, que podía hacerle ver las cosas de otro modo.

Al fin tuvo la suficiente entereza y habló.


— ¿Pero quien te dijo que yo quiero más cosas, o que pretendo que hagas algo por mi?. Yo sólo...

— ¡No por favor! no hables más, sólo vete.

Mira, eres linda, muy inteligente, audaz, valiente, alegre, en fin, lo mejor que me ha ocurrido, conocerte fue una alegría, un placer, realmente es un honor para mi, pero por favor vete.


Mientras apretaba los dientes para no derrumbarse, fue hacía la puerta y la abrió para que ella saliera; ella le miro con asombro y con tristeza, sus ojos eran dos pozos inmensos donde se asomaban un par de lágrimas como las olas producidas por un fuerte viento. Vacilo un instante, se sentía de piedra allí en medio de la sala, al fin fue hacía la puerta, en silencio y salió sin mirar atrás, con el cuerpo lleno de preguntas, de furia y de lágrimas, pero no lloró.

Él espero unos segundos, mientras ella se alejaba por la calle, tampoco la miró, miraba el piso y escuchaba sus pasos alejarse, luego cerro la puerta.

Pasaron algunas semanas, él siguió como si nada y no supo más de ella, se alimentaba de libros y de música y comía copiosamente cuando tenía hambre; a veces jugaba fútbol, la casa seguía aumentando pacientemente su cobija de polvo gris y pesado, y el seguía con su rutina como si nada le doliera.

Habían pasado seis meses, el polvo seguía cubriendo todo y él estaba acostado mirando al techo; cerca en un computador sonaba un blues, llevaba horas la misma canción: Roy Buchanan - Caruso, pero el lo escuchaba lejano, como en un túnel, como si en un extremo estuviera la música y en el otro él, y sentía como si se alejará de aquella maravillosa música.

Era una buena tarde, el sol seguía en el cielo, pero el calor era suave y tranquilizaba a todos, en la calle la gente sonreía y era feliz; ahora él pensaba en ella, ahora quería tenerla a su lado.


— ¡TOC, TOC, TOC!


Escucho la puerta, el corazón le dio un vuelco, casi se le sale del pecho; por un instante deseo que fuera ella, pero luego ya no. Espero acostado, no quería abrir, quería seguir allí recordándola.


— ¡TOC, TOC, TOC, TOC!


Otra vez; se sentó de mala gana, no quería visitas y espero otro rato sentado, espero a ver si desistía, fuera quien fuera.


— ¡TOC, TOC, TOC, TOC! 


Se quedo pensando unos instantes, se puso de pie y fue a abrir,  ahora deseaba fervientemente que fuera ella, fue hacía la puerta con ansiedad, con esperanza y con un poco de mala gana, las cortinas seguían igual, dejando entrar tan poca luz que el lugar parecía de otro mundo, de un pasado lejano y feliz.







Hasta la próxima.







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