Al rincón

Me voy al rincón; allá, en el sitio más lejano del mundo, donde las dos paredes hacen ángulo recto, allá desde donde todo es visible, donde pongo la espalda contra la pared y veo todo el mundo como un espectador esperando entender el espectáculo: el rincón.

Allá estoy sólo, es frío, es lejano; pero tengo una ventaja, estoy solo, y mientras esté solo, la posibilidad de salir herido es más chica. Allá en el rincón, me voy para evitar salir llorando, o si estoy herido, para llorar a solas, sin reprimirme, sin aguantar, sin aparentar, y olvidar todo, y tratar de sanar rápido para volver al mundo.

En el rincón no hay nadie, no tengo a nadie, ni lo espero, quiero estar allí solo, es mi rincón, es donde puedo sentirme destruido, triste, miserable, tonto, malo, feo, inútil. En el rincón, todos los adjetivos despectivos me califican, por eso quiero estar allí solo, allí me gusta estar mientras la tormenta interna me abandona.

El rincón es el mejor lugar para eso. A nadie le gustan los rincones, porque allí se acumula el polvo, los residuos, los insectos, la oscuridad, la tristeza y la miseria, los rincones son los lugares olvidados, por eso nadie quiere estar, por eso nadie habla de ellos, por eso los pasan por alto.

El rincón está solo, así que allí voy yo, un lugar donde el silencio reina, donde no hay que hablar, donde se puede estar callado por siempre, sanando, pensando, sufriendo. Donde nadie va a reprochar nada, donde eres tu y tus pensamientos.

El rincón sirve como castigo, parece malo, pero puede ser el refugio, allí dejas el mundo y te reparas a ti mismo, allí no hay distracción, allí no hay anestesia, no hay paliativos. En el rincón te enfrentas a la vida cruda, al ser más horrendo que puedas conocer: a ti mismo, allí no hay como evadirse.

Bueno, me voy al rincón, no sé cuánto tarde.

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