Un abrazo

Y esa noche a las 11:25, tuve la certeza de que podría salir corriendo, a buscarla.

Una cosa extraña, tenía la seguridad de que si salía en ese mismo instante y corría a buscarla, la iba a encontrar, y que podría darle un abrazo tan fuerte que nos dejaría a ambos extenuados y casi sin aliento.

¿Correr a dónde? No lo sabía muy bien, sólo salir de la casa, hacia cualquier lugar, y luego en algún momento en alguna calle fría y con algunas pocas luces provenientes de casas donde la gente aún está despierta, estudiando, leyendo, viendo televisión o agotando sus minutos, la iba a ver allí parada, en medio de la calle y ella me estaría esperando, y me sonreiría, y yo le devolvería la sonrisa y correría a abrazarla, sólo eso.

Una cosa extraña, y mientras nos fundíamos en ese abrazo, en la noche fría el tiempo pararía, y las cosas serían buenas y no necesitaríamos palabras, sólo el abrazo, mirarnos, sonreír, otro abrazo, un par de besos en la mejilla y otro abrazo y sonreír como tontos a pesar de la noche y del frío y de la posible lluvia.

Y luego caminaríamos un largo rato, como hacia mucho tiempo no lo hacia, y sería como hace muchos años, caminar muchas horas, no importaba nada más, sólo caminar, porque siempre es bueno, las caminatas siempre serán buenas con ella, sin palabras, sólo un paso tras otro y a veces mirarnos y sonreír y de vez en cuando un par de preguntas, ¿está cansado?, ¿tiene hambre?, ¿cómo le ha ido?, preguntas de esas, y respuestas cortas y sonrisas de compresión y amor, y silencios largos y profundos y llenos de algo que no se explicar muy bien pero que siempre traen paz y sabiduría.

Y luego de muchas, muchas horas de caminar y caminar, de una gran paz, nos despediríamos en algún sitio y yo le diría que estaría esperando para la próxima caminata, y ella me sonreiría, me daría el último abrazo y un beso en la mejilla y me diría que me cuide, y luego yo regresaría corriendo, con la garganta encogida, los dientes apretados para no permitir que salieran las lágrimas, volvería a mirar atrás y ella estaría allí de pie, me diría adiós con la mano, yo también haría lo mismo y seguiría corriendo.

Esa noche volvía a recordar a mi abuela, y la certeza se desvanecía de golpe como casi todas las cosas buenas, se acaban en un pestañeo y dejando una rasgadura en el alma de cada ser;  porque me hace falta, y porque las cosas son distintas, y todo esto ya no es posible.





Hasta la próxima.



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